miércoles, 30 de julio de 2014

Una puerta política de la identidad

Una puerta política de la identidad
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Por: Germán Büsch
(Sociólogo. Facilitador en el Trabajo con Varones en la Prevención de  Violencias de Género, miembro de la Organización Multidisciplinaria Latinoamericana de Estudios de Masculinidades). german.busch@hotmail.com
Fui invitado a escribir un artículo en tono reflexivo, personal, enmarcado en esta publicación que por primera vez llega a nuestras manos. ¿Qué escribir? Desde mi pasión, la interpretación del acontecer social, focalizado en el debate sobre Masculinidades, lo que surgió fue una invitación a compartir una reflexión particular, dentro de otras tantas posibles. El desafío es producir un discurso capaz de lograr integrarnos en una reflexión, en un tema sensible porque hace a la conformación de nuestra identidad. Un poco de ésto hay en el ejercicio de pensar en Masculinidades. Plantearnos cada uno la posibilidad de otras maneras de ser, tan válidas, integrales y coherentes, como la nuestra propia.
Pensemos en “Juan”, un hombre de 53 años que contrajo matrimonio felizmente en la iglesia católica de la zona; llega todos los días a su casa luego del trabajo, lo esperan sus dos hijas, y su esposa con la cena y las copas servidas. Ha sostenido una larga carrera en la empresa constructora familiar y hoy es el funcionario más importante de la misma. Toda la familia asiste a un club donde practican deportes y tienen una vida social activa dentro de la institución, que se caracteriza por ser un espacio donde “guardar las apariencias”, competir y exhibir trofeos (no sólo deportivos), resultan el leitmotiv del encuentro. Creo que no nos resulta difícil construir este personaje; ahora bien, si le quitamos a este hombre su trabajo y lo reconstruimos pensando que es la mujer quien ha sido exitosa en el mundo laboral y él, tras un esfuerzo un poco “vago”, ha decidido quedarse en casa para dedicarle tiempo a la familia y los quehaceres del hogar, probablemente, intentaríamos asociar a esta situación algún rasgo negativo en la personalidad de nuestro personaje. Probablemente, además, Juan evitaría asistir a las cenas con los compañeros exitosos del club, a no ser, claro está, que fuera el mejor de los deportistas de alguna disciplina con cierto status.
¿Y si quitamos a la esposa y la sustituimos por otro hombre? En primer lugar no podríamos hablar más de matrimonios, pues las instituciones no lo permitirían, tampoco hablaríamos de hijos, ni adoptados, ni naturales (no esperamos que así sea, al menos). ¿Cómo le hubiese ido en la empresa familiar? ¿Y en el club?, ¿Qué grado de integración puede llegar a tener?; lo cierto es que cada vez más, nos cuesta encontrar un personaje “normal”, es un esfuerzo no asociar valoraciones negativas al alejarnos de aquella primera descripción del hombre blanco, cristiano, heterosexual, trabajador y familiar. Quizás este último Juan, que bien podría incluso vestirse de mujer, sí haya sido el más audaz de sus hermanos y hoy día lleve adelante la empresa familiar al mismo tiempo que resulte ser el líder indiscutible de los eventos sociales del club. ¿Por qué no?
2221Deben haber tantas maneras de ser hombres como hombres hay en el planeta, pero cada historia particular se construye en relación a un mundo que le precede y en el cual se socializa. Recurrimos muchas veces a los estereotipos, predefiniendo simplificadamente lo que no nos detenemos a interpelar, y pasamos de largo con una ilusión acerca del mundo que nos rodea. Es por ésto mismo que los conceptos, el lenguaje, los discursos, tienen la función de poner límites a lo que decidimos prestarle atención. Tan profundo cala este mecanismo en nosotros, que animarnos a trascender estos límites, que tan cómodos nos llevan, nos da miedo e implican un movimiento de esfuerzo que en muchos casos tocan lo más profundo del ego. Imaginemos las posibles situaciones dadas en el club social, cuando la versión travesti de Juan aparezca con su vestimenta deportiva, o cuando, una vez acabado el partido de tenis, se dirija a los vestuarios.
Pensar que vivimos en una sociedad donde el poder está concentrado e institucionalizado; pensar que estas instituciones son expresión de una red de intereses creados en relación a símbolos de status; y pensar que hay miembros que llegan a ocupar espacios institucionales desde los que disparan discursos que ordenan la opinión pública en función de los intereses que representan; nos obliga, si pretendemos tomar el control de nuestra propia experiencia, a cuestionar el orden instruido y a tensionar estos discursos para identificarlos en sus propias lógicas de sentido. En lo que aquí nos compete, las distintas masculinidades dialogan continuamente con estos intereses, generándose puntos de encuentro y de desencuentro; espacios, dentro de aquello que podemos identificar como “identidad”, en los que el hombre se siente ajustado cómodamente a lo que debería ser y otros en los que se siente tensionado porque se distancia de aquellos límites, y esto resulta incómodo.
Las estructuras de poder, las instituciones sociales, van siendo recicladas a medida que la sociedad técnica se despliega (en extensión y en profundidad). Los discursos que escuchamos van cambiando a medida que los intereses que representan se ajustan a los cambios;  nuevas maneras de ser se habilitan mientras otras van quedando aisladas. Quizás hoy, sea más funcional el hombre joven, soltero y ateo para llevar la dirección de la empresa constructora; ha dejado de ser una empresa familiar para pasar a formar parte del juego bursátil. Su sexualidad, sus hábitos y costumbres no importarán mucho en el ambiente del lobbying, si logra que el dinero fluya hacia los acreedores. Así, hoy en día el plan de vida que la modernidad vendió para desarrollarse en un momento, comienza a quedar obsoleto y nuevas maneras de vida son posibles y socialmente valoradas. Esto cala profundamente en la experiencia de los hombres, llevando a la desestructuración de los modelos que tuvimos por válidos y a la configuración de nuevos modos de vida.
Quizás vivamos nuestra cotidianeidad siendo funcionales a estructuras que obsolecen. En el proceso mediante el cual el sistema de intereses va reciclándose, y nuevos discursos van reemplazando aquello que alguna vez llegamos a pensar, debemos estar muy atentos a esas definiciones del “deber ser” que se entrelínean en los discursos interesados del poder. Muchas son las veces que esta virtualidad que hemos creado, condensada en la economía capitalista que todo lo engulle, nos hace sufrir para sostenerse.
Así, los hombres nos habremos perdido durante mucho tiempo de disfrutar de experiencias afectivas vedadas por la masculinidad hegemónica tradicional, o al menos perdimos la oportunidad de compartirnos afectivamente con los demás. Más acá de todo, somos hombres sensibles, queribles, amigos, luchando el día a día para que nuestra vida nos resulte agradable. Lo cierto es que la mayor de las plenitudes, la manera más disfrutable y enriquecedora de resolver la angustia inevitable del fin, está en nuestro vinculo con los demás; ser queridos nos habilita a la trascendencia de una manera mucho más simple y acogedora que las luchas en las que nos embarcamos sin saber realmente por qué. Las alternativas están a la vista, ¿hacia dónde queremos ir?...

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